Funciona la sanación con sonido cuando no escuchamos?

Los sonidos sanadores solo funcionan si los escuchamos conscientemente, o hacen su magia sin importar lo que estemos haciendo, pensando o sintiendo mientras estamos expuestos a ellos?

Mi intuición (y el sentido común) dicen que sí: el sonido nos afecta nos demos cuenta o no. El cuerpo no tiene interruptor de apagado. Es un instrumento resonante que responde a toda vibración a su alrededor, crea o no que “funcione”.

Pero he aprendido a mirar con ojo crítico incluso lo que parece obvio. En el mundo de la sanación con sonido —donde la intuición se encuentra con lo ceremonial— es fácil caer en suposiciones: creer que porque un método se siente bien, necesariamente es sanador. He vivido sesiones que, aunque eran “técnicamente correctas”, me dejaron indiferente, porque la atención del facilitador no coincidía con la mía. He comprendido que la sanación no es algo que simplemente nos ocurre; es algo que sucede entre nosotros y el sonido, entre quien escucha y su entorno, entre la frecuencia y la atención.

La creyente en mí

Hay una parte de mí que sabe —sin necesidad de pruebas— que el sonido puede ser medicina. Nuestros cuerpos siempre están escuchando, incluso cuando la mente está en otro lugar. Los estudios clínicos lo confirman: los bebés prematuros expuestos a música aumentan de peso más rápido; los pacientes con Alzheimer se calman al escuchar melodías familiares; el ritmo cardíaco y las ondas cerebrales cambian sin esfuerzo consciente.

Incluso sin escuchar activamente, el sonido nos atraviesa. La frecuencia se encuentra con la materia, la energía con el tejido, la vibración con el sistema nervioso. Y cuando entra en juego la intención —el cuidado del practicante, la coherencia del sonido— la resonancia se convierte en algo más: una sutil invitación a que la conciencia se una.

La escéptica en mí

Luego está la voz que cruza los brazos y dice: “Claro, el sonido mueve el cuerpo. Pero… ¿sanar? Esa palabra pesa.”

Y no le falta razón. Relajarse no es lo mismo que transformarse. El cambio real surge cuando participamos: cuando notamos, sentimos y permitimos que el sonido interactúe con los paisajes internos del cuerpo y de la mente. La atención, en este sentido, es participación. Escuchar es la forma en que el sonido se convierte en diálogo, y no en monólogo.

Realmente creo que la sanación es relacional: entre quien ofrece y quien recibe, entre el sonido y el oyente, entre la vibración y la conciencia. También lo noto en mi práctica de masaje. Si una persona (aunque sea inconscientemente) no está abierta a recibir, hay poco que pueda hacer, incluso en una sesión de 90 minutos. En ese espacio relacional, incluso pequeños momentos de apertura y escucha amplifican el efecto que el sonido (o el tacto) tiene sobre el cuerpo.

La cínica en mí

Por supuesto, también está esa voz cínica. “Quizá la gente simplemente se siente bien porque, por fin, se tumba y deja de mirar el móvil.” Esta voz insiste en que las únicas frecuencias verdaderamente sanadoras son el descanso, el silencio y el tiempo. Y sí —me recuerda que mantenga los pies en la tierra. No todos los baños de sonido serán transformadores. Pero incluso la cínica no puede negar que un espacio preparado, la intención y la atención modifican sutilmente la resonancia del cuerpo. El efecto siempre está ahí; la profundidad depende de la presencia.

Escuchar vs. oír

Aun así, todas estas voces internas coinciden en una idea: escuchar y oír no son lo mismo. Podemos estar todos en el mismo baño de sonido, y sin embargo, cada uno de nosotros oirá algo completamente diferente.

Oír es mecánico; escuchar es relacional. Depende de lo que está vivo dentro de nosotros, de lo que hemos vivido y de lo que resuena. En algún lugar profundo del cuerpo vive la memoria de la vibración —desde la infancia, desde la naturaleza, desde los patrones ancestrales. Incluso cuando estamos distraídos, una parte primitiva de nosotros reconoce el lenguaje del sonido.

Recibir es el comienzo — Escuchar es la puerta

La sanación con sonido funciona tanto si prestamos atención como si no. El cuerpo recibe la vibración de forma pasiva, sin esfuerzo. Pero cuando empezamos a escuchar de verdad —cuando nos encontramos con el sonido con apertura, curiosidad y conciencia—, el efecto se profundiza. Se convierte en un diálogo activo, una co-creación entre frecuencia, intención y atención.

Esto es precisamente lo que enseña el Nāda Yoga: cómo pasar de ser bañados por el sonido a convertirnos en el oyente dentro del sonido. Es una práctica de cultivar conciencia, presencia y resonancia —una puerta hacia una escucha más profunda, una transformación sutil y la magia relacional que hace que el sonido sea algo más que entretenimiento.

Si te apetece explorar esta escucha más profunda, te invito a unirte a mi clase semanal de Hatha y Nāda Yoga: Cada viernes a las 10:00 h en Aframe, El Palmar.

Nos movemos juntos desde la recepción pasiva hacia la escucha activa, descubriendo cómo la frecuencia, la intención y la atención convergen para crear un campo resonante y vivo. Te espero allí!